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sábado, 10 de enero de 2015

Realidad onírica

Cuando regresó de su viaje, algo había cambiado. La realidad le parecía insulsa. Los días pasaban entre el silencio y el vacío. Un silencio interior que no había conseguido analizar correctamente, un vacío solo comparable al de la pregunta que no encuentra respuesta, al de la respuesta que no encuentra pregunta. Sentía, pero con ese silencio no podía luchar ¿cómo volver a confiar en alguien? ¿cómo creer que alguien pensaría en el amor cómo lo hacía él? La respuesta, en el caso de encontrarla, la encontraría mucho después.

Un día, nuestro amigo empezó a caminar entre tonos grises, entre gente con un mismo tono. Aunque caminaba cabizbajo, sabía perfectamente que ningún otro color estaba cerca. La gente, más pendientes de un puñado de bits que de un olor, un color, un sabor, un tacto o un sonido real, comenzaron a caminar a otro ritmo. El protagonista de nuestra historia debía elegir entre caminar a su ritmo o seguir percibiendo tonos grises.

Entonces se encontró con otra persona como él, otra persona que parecía oler, que no podía calificar como gris sino con otro tono. Cuando intentó seguir a esta persona, el resto de gente le impidió el paso. Comenzaron a crear un muro infranqueable, pero eso sí, sin dejar de estar atentos a sus ansiados bits, sus amados píxeles. Él, comenzó a correr, agobiado por el muro y con un grito ensordecedor, consiguió que uno de estos grises se apartaran de su camino. A pesar de que el silencio le había atormentado durante mucho tiempo, consiguió encontrar respuesta mientras corría. Consiguió encontrar un rayo de esperanza que le sirvió para seguir adelante. Entonces recordó lo que le ocurrió en aquella montaña, en su balcón.

Igual esa persona que avanzaba inalcanzable delante de él, no sería la que le dijera su famosa frase. Pero sin ninguna duda mejor tener un objetivo, mejor luchar por si lo fuera. Desde luego que la esperanza se la había devuelto.

Aunque sus piernas estaban cansadas, recordó que no corría con ellas. Sintió la fuerza de su abuelo, de aquellas palabras, de aquella luz, de aquel águila, de su propio ser. No me cabe la menor duda de que sin todo esto, el niño no hubiera podido alcanzar su objetivo. Una vez conseguido, exhausto, percibió cómo su meta se paraba, parecía al alcance de su mano y a la vez muy distante. De espaldas, sin verle la cara, y cuando recobró el aliento, comenzó a hablar con ella y empezó a percibir colores. Se dio cuenta de que estaban los dos solos, de hecho, cualquier otro objeto había desaparecido, se encontraban en una especie de vacío, rodeados de oscuridad. No puedo describir exactamente esta oscuridad, era acogedora, imposible de asociarla con algo negativo. Era en realidad como si sólo existieran ellos dos.

Nunca le vio la cara, pero esta persona cercana y distante, cálida y fria, presente y ausente al mismo tiempo, consiguió hacerle sentir.

Él le abrazó por la espalda, esta vez fue él el que se atrevió a decirle la frase que tanto necesitaba oir. Tras este acto de valentía, sin haber acabado de decir el "...quiero", ella comenzó a darse la vuelta. Muy lentamente, comprendía perfectamente lo que eso significaba. La tenue luz de una Luna, había permitido que viera únicamente una linea que formaba el contorno de ella. Una linea que permitió que él la reconociera.

Fin