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jueves, 21 de febrero de 2019

Lo mágico de las Líneas


Una línea es una sucesión infinita de puntos y un punto, es a su vez es la expresión mínima. Visible o no visible.

Hace muchos años, nuestro joven protagonista dibujaba líneas de colores. Su vida estaba llena de líneas desordenadas que se cruzaban en su camino. Líneas capaces de llenarle de orgullo por hacer algo bien, y capaces de sumirle en la más profunda soledad. Todo en su vida tenía relación con las líneas y los puntos. Pintaba y dibujaba sin parar con la única intención de entretenerse. Pero hubo un momento en el que eso cambió.

Cogió su rotulador favorito, en su ciudad favorita, en su momento favorito, su canción, olor, temperatura y momento favoritos, y comenzó a dibujar. Intentó hacer un dibujo de sí mismo. Hizo una línea recta. Muy gruesa, la más gruesa que jamás había dibujado. Y se fijó en la cantidad de pigmentos que contenía. Esa línea estaba formada por puntos que a su vez estaban creados por más puntos. Se quedó atónito mirando esa infinidad mágica. Al cabo de unos minutos, algo extraño sucedió. Esa línea empezó a crecer, salió del dibujo y comenzó a inundar absolutamente todo. Se comió el papel, el escritorio, pc, habitación… todo. Ahora el niño se encontraba en un sitio indescriptible en el que no sentía ni su propio cuerpo, sólo podía ver cómo le llenaba la vista, esa enorme línea formada por puntos.

Pasó horas en ese estado catatónico, disfrutando de lo que veía, pues de cada punto empezó a comprender ciertas coherencias. Ciertos patrones que se repetían. Había puntos que hablaban de la mediocridad, de la sinceridad, de lo propio y de lo ajeno, de lo vital, lo existente y lo inexistente. Lo concreto y lo abstracto. Todo.
Había un código, un punto con información para cada cosa. Los puntos estaban en constante cambio. Evolucionaban, crecían y disminuían a medida que avanzaba el tiempo. Algo que era bueno y a la vez horriblemente malo.

No creo que lleguéis a entender de qué tipo de puntos hablo, eran espacios, recovecos que hablaban de todos y cada uno de los misterios que nos hacen únicos. Puntos infinitos de conocimiento y de desconocimiento. Puntos que había que ordenar y tener en cuenta para conseguir entender en qué consistía esa línea. La perplejidad de lo que había ocurrido pasó a convertirse en un ahínco por conocer más y más de aquella misteriosa línea. Al final, la complejidad de lo simple reside en la infinidad de cada punto.

Pasaron días, meses, años sumido en ese estado, disfrutando de diferentes colores, disfrutando del espectáculo que estaba ante él. Hasta que en un momento determinado, esos puntos comenzaron a juntarse, lentos al principio pero increíblemente rápidos al final. De hecho aceleraban a medida que se acercaban, volviendo a ver una línea con los puntos tan juntos, que sólo se podía apreciar un color en ella. El fondo no puedo describir cómo era, una especie de materia inerte con corrientes inamovibles de vida.

La línea, clara ante sus ojos, avanzaba sin rumbo claro, cuando de repente… otra línea empezó a asomar por el norte. Cayó en picado hacia la primera línea que subió en picado hacia la segunda. Atraídos la una por la otra como si hubiera una extraña fuerza entre ellas que les llevase a juntarse. Pero justo antes de llegar a tocarse empezaron a avanzar en paralelo de manera horizontal. La una al lado de la otra. Había más distancia de la que parecía entre ellas, aunque creo que esa fuerza extraña seguía en medio. Siempre se mantenían paralelas, cuando una parecía que intentaba acercarse a la otra, esta se alejaba. Haciendo las dos el mismo dibujo a la misma distancia. A veces una hacía el intento, a veces la otra.

Ante semejante espectáculo de figuras, y formas, nuestro protagonista, ya adulto, hizo el esfuerzo por acercarse a las líneas y lo consiguió. La primera, la que él conocía, parecía haber cambiado, ahora tenía ciertos colores. Pero la segunda era bastante más bonita, no había nada feo, no había algo que no le gustara. Así que quiso entrar a ver qué puntos hacían tan especial a esta segunda línea. De vez en cuando entraba en la línea que ya conocía. A tocar puntos y seguir ordenando. Pero se dio cuenta de que estaba mucho más a gusto ordenando, desordenando, tocando y conociendo puntos de la segunda.

Se preguntó varias veces qué pasaría si se juntaran esas dos líneas. Tenía la teoría de que podía ordenar los puntos de ambas para que cuadraran de tal manera que formaran algo mejorado. Una única línea capaz de eclipsar toda esa materia indescriptible. Con el tiempo, consiguió que la distancia se redujera, mucho; aunque siguieran viajando en paralelo, ahora lo hacían mucho más cerca.

Hasta que la primera línea, la conocida, se acercó más de la cuenta, sin llegar a tocarla, pero provocó que la fuerza que había entre ellas implosionara, generando a su vez tal energía, que el niño despertó. Despertó encima de su dibujo, volvió a la edad que tenía cuando lo empezó, como si hubiera vivido una vida alternativa. Como si hubiera aprendido una lección que no le correspondía aprender aún. Como si se hubiera tratado de un sueño que no estaba capacitado para entender. A partir de ese momento, el niño dejó de dibujar.

Hasta que se hizo adulto.

El océano de nuestra pecera


Después de aquello, empezó a descubrir un mundo ajeno a su vida. Desde pequeño sabía que estaba ahí, pero nunca había llegado a percibirlo hasta ese momento. Un momento en el que la soledad se apdoreaba de él. En el que las dudas inundaban su mente, en el que su pecera ya no era un sitio seguro y dudaba si salir al océano.

Es que a él le gustaba saltar. Hubo un tiempo en que voló, sabía volar, pero lo que realmente le gustaba era trepar y saltar de árbol en árbol. Aunque se tuviera que esforzar, aunque pudiera volar, en sus árboles estaba a gusto. Era su hogar, ese sitio en el que eres, no estás. Solo eres.
Saltando de árbol a árbol y siendo despistado como era, un dia se quedó paralizado ante su próximo salto. Ante él no había más arboles, sino una especie de cubo enorme con cristaleras de color gris. Había llegado a la frontera donde acababa su mundo y empezaba algo diferente. Algo a lo que no estaba acostumbrado. Algo no-orgánico que debía saltar, un rascacielos.

Tras un tiempo pensando si atreverse a saltar o no… lo hizo y como suele pasar ante lo desconocido, cayó. Tras recuperarse del impacto empezó a bordear el edificio y vio que había otro y otro y otro dispuestos de forma paralel con calles y diagonales que los atravesaban.
Mientras paseaba analizando aquello, miraba miradas que no miraban de hombres grises cegados. Observaba “observadores” que babeaban absortos buscando bobadas básicas entre botones falsos.
Estaba perdido. Así que preguntó a uno de esos hombres grises; la respuesta siempre fue la misma. Insulsa.

Estaba perdido, así que intentó encontrar a alguien no gris. No aparecía

Estaba perdido así que empezó a desdibujarse, a emborronarse. Cogió un lápiz y empezó a pintarse a sí mismo para ganar ese color gris.

Alguien intentó quitarle los borrones grises que tenía, pero mientras le llevaba para limpiarle… recordó que estaba perdido, así que paró. No dio un paso más. Frenó e hizo el intento de recordar quien era. No se acordaba.

En su pecera de ideas, todo había estado bajo control, pero cuando el agua de su pecera se volcó en el océano, perdió la pista. Se perdió a sí mismo.

Seguía en mitad de la gran ciudad, seguía pasando gente. Algunos con color, pero la gran mayoría grises. Gris putrefacto además.

El niño recordó cómo superó un momento parecido e intentó repetirlo. Se tumbó ante la multitud, posición favorita mirando las… ¿estrellas? ESTRELLAS¡¡¡ dónde están? Habían desaparecido¡¡ no se acordaba que la Luna las había absorbido.

Eso no le estaba funcionando y al verle tumbado, la multitud se le empezó a acercar. Se le echaba encima, lenta y preocupantemente como un ejército de zombis que buscan uno más para el grupo. El niño se agobió, el estruendo, el estrés y la falta de opciones aumentaban, mientras que el espacio disminuía. Vislumbró una via de escape, echó a correr perseguido por risas y gente que parecía querer ayudar, le señalaban intentaban golpearle y él solo corría. Quería huir de ahí y recordar quien era y de dónde venía. Escasos 100m más adelante llegó a un callejón sin salida, cayó rendido al suelo, se puso a llorar, la multitud paró y una voz femenina se le acercó y le empezó a recitar su frase.

¡¡Noo!!- interrumpió él- esta vez no¡¡ sólo quiero que me dejéis en paz¡¡

De los llantos movidos por la rabia pasó al nerviosismo guiado por la tensión acumulada, y de ahí a un relax absoluto de todas y cada una de las partes de su cuerpo. Con resquicios aún de lápiz gris en su piel, ajeno a todo lo exterior, hizo un viaje interior en el que empezó a vislumbrar energías. Energías expansivas e intrusivas. Figuras arbóreas y sinuosas con estampados que sólo se pueden describir como energías que le habían sido reveladas para transportarle a donde le estuvieran llevando.

Mientras viajaba, disfrutaba del espectáculo visual que se elevaba en un espacio infinito 360 grados en todas direcciones. Era brutal. No sentía dolor, no sentía ira, no sentía rabia, no sentía odio ni amor, no sentía ni su propio cuerpo, sólo estaba a gusto viendo como una luz se acercaba más y más hacia él.

Fin de la parte 4

A mí me contó, que esos estampados parecían árboles, y que alguna vez pudo leer la frase temet nosce. Yo le contesté que por suerte, los que hemos salido al océano sabemos que siempre podemos volver a nuestra pecera.

15 de Agosto 2018