Una línea es una sucesión infinita de puntos y un punto, es a su vez
es la expresión mínima. Visible o no visible.
Hace muchos años, nuestro joven protagonista dibujaba líneas
de colores. Su vida estaba llena de líneas desordenadas que se cruzaban en su
camino. Líneas capaces de llenarle de orgullo por hacer algo bien, y capaces de
sumirle en la más profunda soledad. Todo en su vida tenía relación con las líneas
y los puntos. Pintaba y dibujaba sin parar con la única intención de entretenerse.
Pero hubo un momento en el que eso cambió.
Cogió su rotulador favorito, en su ciudad favorita, en su momento favorito, su canción, olor, temperatura y momento favoritos, y comenzó a dibujar. Intentó hacer un dibujo de sí mismo. Hizo una línea recta. Muy gruesa, la más gruesa que jamás había dibujado. Y se fijó en la cantidad de pigmentos que contenía. Esa línea estaba formada por puntos que a su vez estaban creados por más puntos. Se quedó atónito mirando esa infinidad mágica. Al cabo de unos minutos, algo extraño sucedió. Esa línea empezó a crecer, salió del dibujo y comenzó a inundar absolutamente todo. Se comió el papel, el escritorio, pc, habitación… todo. Ahora el niño se encontraba en un sitio indescriptible en el que no sentía ni su propio cuerpo, sólo podía ver cómo le llenaba la vista, esa enorme línea formada por puntos.
Pasó horas en ese estado catatónico, disfrutando de lo que veía, pues de cada punto empezó a comprender ciertas coherencias. Ciertos patrones que se repetían. Había puntos que hablaban de la mediocridad, de la sinceridad, de lo propio y de lo ajeno, de lo vital, lo existente y lo inexistente. Lo concreto y lo abstracto. Todo.
Había un código, un punto con información para cada cosa. Los
puntos estaban en constante cambio. Evolucionaban, crecían y disminuían a
medida que avanzaba el tiempo. Algo que era bueno y a la vez horriblemente
malo.
No creo que lleguéis a entender de qué tipo de puntos hablo, eran espacios, recovecos que hablaban de todos y cada uno de los misterios que nos hacen únicos. Puntos infinitos de conocimiento y de desconocimiento. Puntos que había que ordenar y tener en cuenta para conseguir entender en qué consistía esa línea. La perplejidad de lo que había ocurrido pasó a convertirse en un ahínco por conocer más y más de aquella misteriosa línea. Al final, la complejidad de lo simple reside en la infinidad de cada punto.
Pasaron días, meses, años sumido en ese estado, disfrutando de diferentes colores, disfrutando del espectáculo que estaba ante él. Hasta que en un momento determinado, esos puntos comenzaron a juntarse, lentos al principio pero increíblemente rápidos al final. De hecho aceleraban a medida que se acercaban, volviendo a ver una línea con los puntos tan juntos, que sólo se podía apreciar un color en ella. El fondo no puedo describir cómo era, una especie de materia inerte con corrientes inamovibles de vida.
La línea, clara ante sus ojos, avanzaba sin rumbo claro, cuando de repente… otra línea empezó a asomar por el norte. Cayó en picado hacia la primera línea que subió en picado hacia la segunda. Atraídos la una por la otra como si hubiera una extraña fuerza entre ellas que les llevase a juntarse. Pero justo antes de llegar a tocarse empezaron a avanzar en paralelo de manera horizontal. La una al lado de la otra. Había más distancia de la que parecía entre ellas, aunque creo que esa fuerza extraña seguía en medio. Siempre se mantenían paralelas, cuando una parecía que intentaba acercarse a la otra, esta se alejaba. Haciendo las dos el mismo dibujo a la misma distancia. A veces una hacía el intento, a veces la otra.
Ante semejante espectáculo de figuras, y formas, nuestro protagonista, ya adulto, hizo el esfuerzo por acercarse a las líneas y lo consiguió. La primera, la que él conocía, parecía haber cambiado, ahora tenía ciertos colores. Pero la segunda era bastante más bonita, no había nada feo, no había algo que no le gustara. Así que quiso entrar a ver qué puntos hacían tan especial a esta segunda línea. De vez en cuando entraba en la línea que ya conocía. A tocar puntos y seguir ordenando. Pero se dio cuenta de que estaba mucho más a gusto ordenando, desordenando, tocando y conociendo puntos de la segunda.
Se preguntó varias veces qué pasaría si se juntaran esas dos líneas. Tenía la teoría de que podía ordenar los puntos de ambas para que cuadraran de tal manera que formaran algo mejorado. Una única línea capaz de eclipsar toda esa materia indescriptible. Con el tiempo, consiguió que la distancia se redujera, mucho; aunque siguieran viajando en paralelo, ahora lo hacían mucho más cerca.
Hasta que la primera línea, la conocida, se acercó más de la cuenta, sin llegar a tocarla, pero provocó que la fuerza que había entre ellas implosionara, generando a su vez tal energía, que el niño despertó. Despertó encima de su dibujo, volvió a la edad que tenía cuando lo empezó, como si hubiera vivido una vida alternativa. Como si hubiera aprendido una lección que no le correspondía aprender aún. Como si se hubiera tratado de un sueño que no estaba capacitado para entender. A partir de ese momento, el niño dejó de dibujar.
Hasta que se hizo adulto.