De madrugada nos despertamos para ver amanecer desde el gran
cañón. A eso de las 3:45 pusimos las alarmas y después de recoger helados de
frío, y de parar en el Mcdonalds para que estos desayunaran algo, fuimos hacia
el parque del gran cañón. Yo había mirado todo lo que había que ver, dónde
dejar el coche y en definitiva había planeado para que todo fuera
perfecto. Pero confiamos en la posibilidad
de que Shaun y Ash conocieran la zona. La noche anterior nos había dado una
pista, pero el día del gran cañón nos confirmó que no tenían ni puñetera idea de
lo que hacían. Me frustraba cada vez que veía un cartel de Parking y Shaun se
lo saltaba, la verdad que estaba bastante quemado. Tras otras dos vueltas
absurdas en las que casi atropella a un ciervo que se cruzó de improviso en la
carretera, dejó el coche en uno de los parkings que yo conocía. Con el susto en
el cuerpo por el volantazo (yo y mi sangre coagulada ni me inmuté por el
ciervo), salimos todos del coche cuando empezábamos a ver cómo aclaraba el
cielo.
Llegamos a las 4:30 a un mirador de dentro. Una pasada. La
vista ya la sabéis. El desnivel impresionante, la atmósfera ayudaba a saber qué
parte estaba delante y cual detrás. Digo ayudaba porque la inmensidad del
abismo no permitía saberlo exactamente. Un fenómeno de la naturaleza
disfrutable no solo por los ojos, la emoción de estar ahí entraba por los poros
a pesar de haber descansado prácticamente nada. Con los pantalones largos, la
sudadera, y algunos con mantas, estábamos rodeados de chinos que estaban
preparados para captar el primer rayo de sol. Esperando, llegó el momento. A
las 5:11 salió el primer rayo por el lado este del cañón. Nosotros habíamos
entrado por el sur así que a nuestra derecha, allí a lo lejos entre las
partículas de la atmósfera. Cuando terminó de salir, nos dimos cuenta de que el
paisaje iba cambiando. A medida que ascendía la luz, iban apareciendo nuevas
montañas, nuevos recovecos, el rio, y todas las grietas que tenían los
acantilados. Podrías estar haciendo fotos todo el día en el Gran Cañón que cada
una de ellas sería diferente y todas igualmente espectaculares. Obviamente no
porque la fotografía sea buena, sino por lo espectacular de la zona.
Después de 2 horas embobados mirando, nos movimos. Fuimos a
uno de los acantilados donde el paisaje era prácticamente el mismo. Y de ahí al
punto de información para preguntar cómo movernos por el cañón. Como Shaun no
planteó bien la pregunta, le dijeron que en bus, pero en bus gratuito, no podía
subir el perro. En mi obsesión por organizar todo, había visto antes que el
paisaje cambiaba muchísimo hacia el este. Hasta un punto que estaba a 22km el
punto navajo. Cuando se lo planteé a estos, recibía la misma respuesta que el
día anterior, nula o pegas absurdas. Pegas absurdas como… 1milla / 1,6km,
decían que el símbolo /, era en realidad un 1. Para hacernos ver que eran 16
km. Siendo más flexible les propuse quedarnos más cerca a lo que en seguida
respondieron con un Sí contundente. Estaba claro, nos iban a arruinar nuestra
visita al gran cañón. Caminando recorrimos la distancia mientras el sol seguía
subiendo. Empezamos a vislumbrar los tonos rojizos y acantilados aún más
bestias.
Cuando llegamos al punto, Sara y yo ya estábamos tirándonos
de los pelos por no poder disfrutar la experiencia por completo. Además, el
resto no ayudaba, se pusieron a grabar videos promocionales para que les
patrocinaran en su viaje misionero a México. Ahí aparecieron dos españoles
viniendo desde el este y aproveché para preguntarles. Iban despilfarrando. Nos
recomendaron un sitio que vio sara en internet. El cañón del antílope, el
típico fondo de Windows, nos dijeron que había que pagar 96$ y que entrabas
desde abajo mirando la grieta. Estaba a 200km así que lo descartamos. Nos
dijeron también que lo que yo había visto en internet tampoco merecía tanto la
pena. Así que empezó a mejorar el día en ese momento, cuando la frustración
empezó a desaparecer. Decidimos ir al visitor center de nuevo para preguntar
por nuevas cosas que ver. Queríamos bajar al colorado, a la grieta pero había
que reservar y era imposible. Lo mismo pasaba con las reservas de indios. Nos
aconsejó la ruta que yo decía. La 65E. Esa nos llevaba por todos los puntos,
nos acercaba a Phoenix y a nuestro destino en definitiva.
Decidimos hacer eso pero antes un descansito para comer a
eso de las 11 de la mañana. Comer, porque las 11, con el cansancio que llevábamos
parecía las 9 de la noche. Decidieron no
parar en todos los puntos, sólo en uno. Cosa en la que cedí. Dijimos parar en
el más lejano, entre el punto navajo y Desert View. Cogimos el coche y
carretera de nuevo. Me pusieron el GPS y me dijeron sigue las instrucciones.
Todo el mundo iba durmiendo mientras yo, iba conduciendo y disfrutando del
paisaje. La verdad que parecía todo muy similar, así que llegado al Desert
View, cuando vi el cartel en la carretera, y viendo que Shaun me preparó el GPS
para no parar… decidí hacer caso al GPS. Estaban todos dormidos y cuando se
despertaron y vieron que el gran cañón estaba lejos, se pusieron un poco
tristes. Igual que yo, que me hubiera gustado despedirme de otro modo.
Ya bajando y todos despiertos vi un punto chulísimo, en el
que pregunté si querían parar y no me hizo falta ni un “lo que queráis”, para
desviarme de la carretera y meterme a saco para hacer un par de fotos a ese
sitio. Esta vez la grieta era igualmente grande, pero debía ser el inicio, era
literalmente un acantilado en mitad del desierto con otro bloque casi igual en
frente. Como si la tierra hubiera decidido abrirse por ahí en un momento dado.
Ya lejos de esa zona, como a 200 km, estábamos llegando a
nuestro destino. Al pasar Flagstaff (una ciudad sin nada) empezamos a ver dónde
nos estábamos metiendo. Media hora de bajada en la que veíamos árboles
altísimos. Me sorprendió al empezar la bajada, en frente tenía un mural de
árboles. A medida que la cuesta abajo empezaba… los árboles no parecían tener
fin. Ese paisaje nos acompañó la próxima media hora. Impresionante. No tanto
como el lugar al que íbamos. Aparcamos.
A pie, llegamos a una zona en la que había un parque, parque
cuidado modo Aldehuela, con una cabaña para cambiarte, sus aseos y demás. Pero
el paisaje desde ahí, fue lo mejor del día, y recuerdo que veníamos de visitar
el gran cañón. Desde abajo, veíamos a nuestra izquierda una montaña rojiza en
la que los árboles intentaban sobrevivir. Los que lo conseguían eran un verde
intenso. Roca roja y verde oscuro intenso. Los árboles estaban más lejos de lo
que parecía, pero al ser tan enormes, el paisaje jugaba contigo. En ese valle,
nos íbamos a bañar, no sabíamos muy bien donde. Cuando llegamos después de
recorrer ese parquecito como de entrada con esas vistas, vimos unas escaleras a
nuestra derecha que bajaban como si se tratara de La Nieta. A esa zona tampoco
podían entrar los perros, así que Shaun y Ash se quedaron. Nosotros 3 bajamos.
Cuando pensábamos que el paisaje no podía mejorar, lo hizo. Un enclave natural
precioso, rojo verde y azul. Charcas que se metían entre la erosión de las
rocas rojas. Esas charcas comenzaban en unas cascaditas, y entre medias, para
pasar de charca a charca había rápidos estrechos. Había muchísima gente que
saltaba al agua y se divertía. En esa zona me harté a hacer fotos. Me encantó.
Sara y yo nos metimos al agua sin dudarlo, Rut se quedó fuera. Tras
inspeccionar la zona, subimos los tres a la zona con cascadas. Lo dicho, una
zona que me gustó más que el gran cañón y de la que tengo muchísimas ganas de
enseñar fotografías. Visita obligatoria para ir a ver, el parque de Sedona.
Volviendo a casa, las montañas rojizas seguían con nosotros.
Tras pensar un rato en cómo describir aquello, pude ver una forma familiar. Un
color y una imagen con la que todos podáis sentir lo que estábamos viendo.
Cuando era pequeño, hacía barquitos con la madera de los pinos, ese corte que
se formaba, perfectamente limpio en algunas zonas, e irregular en otras era
exactamente lo que veíamos convertido en montaña. Las vetas de la madera, en
este caso eran las capas de la tierra, y el color rojizo del corcho era la pura
roca puesta ahí de manera abusiva.
Llegamos a casa destrozados y
marchamos al aeropuerto a eso de las 10 de la noche. Nos despedimos de Shaun y
Ash entre risas y gritos. Al llegar, nos esperaba una sorpresa desagradable. Al
hacer el check in, nos dicen que no podemos meter las maletas. La de sara no
entraba en tamaño. Al ser una compañía low cost, tuvimos que facturar una y
llevar 3 como equipaje de mano. 52$ la bobada. A la 1 despegó el avión, o eso
dicen, porque las cabezadas que iba dando no eran normales. Ese viaje se me
hizo largo. A pesar de dar cabezadas, no era capaz de dormir. No sé si por
estar sentado, por el frío que hacía dentro del avión o por saber que duraría
solo 2 horas. El vuelo haría una escala de 7 horas en Dallas. El lejano oeste,
que parecía cercano hacía unos minutos, volvía a hacer honor a su adjetivo.