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viernes, 1 de julio de 2016

Último día playa del carmen (29/06)

Nuestro último día de viaje lo pasamos en Playa del Carmen. No sabíamos si ir a Isla Mujeres de nuevo, o quedarnos allí, pero decidimos quedarnos. No puedo contar mucho de este día, porque fue un constante salir y entrar en el agua.
Cuando nos cansamos de la zona en la que habíamos estado por la mañana nos fuimos a las afueras de playa del Carmen a bañarnos en un sitio muy curioso. Tenía de peculiar que se encontraba el cenote y tras un montículo de arena, el mar. Lo curioso era el contraste entre un agua y otro, no por el color. Era exactamente igual de color, pero de salinidad y de temperatura sí. El cenote, el agua dulce estaba muchísimo más frio que el agua del mar. Te bañabas en el mar y de vez en cuando alguna corriente de agua fría te hacía tener algún escalofrío.  De igual modo, cuando el agua se te metía en la boca podías tener la sensación de estar probando un guiso mal sazonado. Aumentaba o disminuía la cantidad de sal a cada metro que avanzabas o retrocedías. La verdad que el sitio también era muy bonito, con sus palmeras, el cenote al lado y el mar con piedras al otro.
Sin darnos cuenta, atardeció. Nos empezamos a poner melancólicos por abandonar el caribe, así que decidimos darnos el lujo de ir a un chiringuito de por allí. Un granizado de mango, zarzamora, piña y fresa que nos supo a gloria. Ya podía, porque nos costó 60 pesos (3€), hiper carísimo para ser México. Sara y yo habíamos comido los dos, arroz, fideos, ternera más 2 refrescos por 100 pesos. Por ser simbólico, por ser el final, nos lo permitimos. Y ahí estábamos, viendo cómo anochecía mientras mirábamos el mar con dos siluetas de palmeras. Habría sido muy idílico todo, si el sol no se hubiera puesto por nuestras espaldas. Estábamos mirando al caribe, hacia el este.

Fuimos a dejar el coche donde lo habíamos recogido 10 días antes, y todo perfecto. La misma empresa de alquiler nos dejó en el aeropuerto. Cuando íbamos a facturar rumbo a México DF, pasaron las mochilas de Rut y Sara primero, y cuando miró mi billete, se dio cuenta de que salía el vuelo a la mañana siguiente. Eran las 9 de la noche del miércoles y nuestro vuelo salía a las 6:33 de la madrugada del jueves. Cuando la chica se dio cuenta, me dijo que si yo volaba un día más tarde. Al decirle que no, automáticamente echó a correr para intentar coger la mochila de Sara que iba en la cinta transportadora para ir con el resto de equipaje. Dobló la esquina, tocó la mochila pero no pudo cogerla. Fue una imagen cómica ver como la cinta transportadora casi se lleva a la chica hacia adentro. Volvió entre risas, y nos explicó, que hasta las 4 de la madrugada no podíamos hacer el check in. Que iba a recuperar las dos mochilas y que lo sentía mucho. Nos entretuvimos un rato, porque esa noche se nos iba a hacer eterna. Sobre todo a mí, que llevo 2 horas escribiendo esto, mientras Rut y Sara se han sacado los sacos y están “durmiendo” aquí en el suelo del aeropuerto.
Al día siguiente un viaje de 3 horas en bus, se convirtió en 5h. Había habido un accidente brutal con 4 muertos en el que un trailer se había quedado en mitad de la carretera. Más tarde, llegamos a casa y tras organizar todas las fotos, caímos dormidos como si lleváramos unos dos meses sin dormir.

Llevamos 30 días viajando de un lado para otro. Viendo cosas increíbles, teniendo sentimientos encontrados, nos hemos reído, hemos disfrutado y ha habido momentos más difíciles. Estamos cansados, sucios y con pocas energías, pero la verdad que si me dijeran que este vuelo va a salir de nuevo a Búfalo, si me dijeran ahora mismo de repetir el viaje, lo repetiría encantado. Tal y como ha sido, igual cambiaría ciertas cosas, igual añadiría ciertas personas al viaje, igual dejaría la cámara y lo disfrutaría mucho más de lo que lo he disfrutado, pero ya no tendría el encanto del descubrir. Igual que he conocido todos estos lugares, siento que no hay suficiente tiempo como para ver todo lo que quiero ver en este Mundo, así que el reto, no está en conocer más lugares, sino en disfrutar descubriendo.
Sabéis la sensación que se te queda cuando has hecho algo espectacular y nadie lo ve? Parece que no ha pasado. Esa es la sensación que tengo ahora mismo. Quiero llegar a mi casa y hacer que esto sea real contando y enseñando todo el viaje.
Sara es una de las personas más importantes para mi, y sin duda, si he disfrutado tanto esto, ha sido gracias a que estaba ella. Tenía la sensación de estar disfrutando los paisajes yo, y ella. Se disfrutaba el doble, y mi cabeza no para de pensar en que si también hubiera estado Ana, lo hubiese disfrutado el triple, y si hubieran estado Chus y Quique lo hubiese disfrutado 4 y 5 veces más.
Al fin y al cabo, somos moldeables, y soy quien soy gracias a esas personas. Los sitios son inmóviles, y son lo que son por estar donde están, ahora y siempre. El inmovilismo se contradice con el viajar, que supone movimiento. Por lo tanto, creo que mi motivo para viajar no es ver el sitio inmóvil, sino hacerlo real compartiéndolo con quien quiero.
Desde luego que aún nos queda algún que otro viaje por hacer en México, pero digamos que el GRAN VIAJE ha terminado, y por muchos sitios preciosos que haya visto, como en casa… en ningún sitio. 

Bacalar (28/06)

Jordi era un catalán de unos 40 años que se había cansado de su vida. Exmilitar en misiones de Kosovo o Afganistán, había decidido que Europa no era su sitio. Estuvo 7 años viviendo en Suiza y su mentalidad era la típica de un Hippie. Eso de, vive el hoy, vendo todo y me busco la vida como sea, lo que es mío es tuyo… etc. Lo que tenía lo vendió, y se fue a probar suerte a México. Estuvo una temporada en Mérida y acabó en Bacalar, por recomendaciones. La verdad que la zona era muy a su medida. Tenía una casita, no más grande de nuestro garaje y jardín de arriba, sin decorar, sin prácticamente nada más que eso. 4 paredes que delimitaban el área, y otras dos o tres para crear, un cuarto (donde dormimos nosotros) que utilizaba a modo de desahogo, un baño, y una cocina, como si fuera un intento cutre de barra americana (me recordaba al kiosko de la piscina del pueblo). Ahí, hacía paellas y pan. La verdad, que de todo lo que estuvimos conociéndole, lo que más me gustó fue su proyecto. El abrir un hueco en la pared y allanar la parte trasera de lo que él llamaba jardín, para crear un espacio público. El resto de casitas tenían una vallita para que nadie pasara y un jardincito medianamente cuco en la parte delantera. Él quería poner una sombra y permitir que cualquiera que pasara se sentara a descansar simplemente, y si de paso tomaba algo, él se lo daría. Llámalo paella, llámalo pan, fruta, agua o lo que pudiera ofrecerle de su propia nevera. Estaba allanando el terreno y la verdad que yo me imaginé algo muchísimo más lujoso de lo que él tenía en mente seguro.
Jordi era parecido a Melendi, el pelo largo recogido con una coleta, y una barba arreglada. Tenía un ojo un poco estrábico, un cuerpo flacucho y algún que otro tatuaje. Acogía gente como nosotros cuando veía que alguien necesitaba lo que él podía darles. Inspiraba buen royo. Demasiado buen royo para mi gusto.
El otro chico, Justo, más bien era un fumao. Alguien a quien la droga le había dejado pallá. Típica voz de fumeta con acento mexicano, rastas, pantalones caídos y un dejado de la vida, sin más aspiración que vivir como pueda en la naturaleza tocando sus bongos. Era majo. Pero en seguida te dabas cuenta de que no le daba para mucho. Tenía un problema con el sueño, roncaba muchísimo. Nos contó que su chica le dejó por roncar. Nosotros suponíamos que nos lo contó para que nos riéramos pero no. Parecía ofenderse cuando lo hacíamos. Formaban una pareja curiosa. Jordi, sabía llevarle muy bien. Cuando decía alguna tontería que no tenía sentido ninguno (como la de, el agua es mágica, tiene algo, hace que los pelos floten), Jordi directamente le decía algo como, ¿pero qué dices loco? Eso es así siempre. El otro quedaba conforme con la respuesta y asumía que era posible.
La verdad que dormimos bastante bien, y Jordi fue muy hospitalario y atento. Nos ofreció quedarnos otra noche más y lo que necesitáramos. Había otros muchos que el agua de bacalar les había atrapado y se habían quedado con él más noches de las previstas. Nosotros estuvimos a punto pero no. Les invitamos a venir con nosotros a bañarnos porque no planean más de 3 min más adelante (o eso dicen). Fuimos todos en coche a una zona que estaba cerrada y ponía que abrían a las 10 de la mañana. Eran las 9:30. Guiándonos por Justo, decidimos entrar. Yo no estaba muy de acuerdo, pero bueno. Ahí fuimos, saltamos una valla y una cantidad exagerada de mosquitos se abalanzaron sobre nosotros. Yo no había visto mosquitos de ese tamaño nunca. Eran enormes, pero no solo eso, hacías el típico gesto para apartarlos de tu piel y no se iban. Matabas a 3 de un manotazo y se posaban otros 4. Cuando matabas a uno, la cantidad de sangre que dejaban en tu mano era exagerada, parecía que te habías hecho un corte profundo. Ibas andando y podías ver en las piernas de los de delante cómo estaban infestados de chupópteros. Como si de sanguijuelas se trataran. Huyendo de ellos nos metimos en el agua.
Este es, sin duda el sitio más impresionante que hemos visto después de Isla Mujeres. Independientemente del pueblo, lo más impresionante de Bacalar es su laguna. La laguna de los 7 colores, es una extensión de 75km x 1,5km de agua dulce. Recibe 7 tonos de azul, desde el más turquesa, brillante clarito, hasta casi un negro total en las zonas más profundas. El agua cristalina y el entorno rodeado de árboles una pasada. En varios puntos había unas tablas que te alejaban de la orilla para meterte directamente en el color azul intenso. Ahí estuvimos, bañándonos en esos tonos caribeños pero de agua dulce. Una piscina natural en la que podías abrir los ojos bajo el agua sin que te picaran y ver hasta 3 metros con total claridad. La laguna estaba prácticamente sin explotar, de vez en cuando pasaba algún velero, o alguna lancha, pero nada de hoteles, ni aglomeraciones de gente, ni tiendas de souvenirs, nada. Solo tranquilidad y paz.
Ahí, me sorprendió una conversación que tuve con Jordi. Para algunas cosas parecía con la cabeza en su sitio, pero para otras no. Por ejemplo, para ser maestro de Reiki, se tiene que “pasar el don” de uno a otro o pagar no se cuanto dinero. Eso él lo criticaba. Pero me contó, que había estado a dieta, se había estado limpiando su interior y había estado alimentándose a través del sol. Puede tener sentido, hasta que me dijo que había estado 4 meses sin comer nada, y que tenía ciertas rutinas para alimentarse con el sol. Tenía que mirar directamente el sol durante el alba y el ocaso empezando poco a poco hasta llegar a aguantar mirándolo durante 15 min. Dice que él veía las manchitas verdes de la fotosíntesis. Ehmmmmmm ahí queda eso.
Tras dos o tres horitas ahí, volvimos a salir por territorio mosquito, y nos dirigimos al coche. A una entrada pública de la laguna. Ahí nos despedimos de Jordi y Justo, que no quisieron hacerse una foto con nosotros. Le daba mal royo las fotografías. Tampoco queríamos socializar más con ellos. Así que a nuestra bola.
Un paseo de tablas, esta vez más ordenadas y mejor cortadas y pulidas que las anteriores, hasta unos 20 metros hacia la laguna. Durante el recorrido, dos cabañitas como si fueran japonesas, y al final de las tablas una zona habilitada para entrar y salir del agua, con parte de sombra y parte de sol. ESPECTACULAR. Tanto, que estuvimos ahí todo el día. A la hora de comer nos fuimos a ver si el cenote merecía la pena, pero al ver la entrada, decidimos que no. También subimos a la parte de arriba de un hotel, una especie de faro para tener una perspectiva mejor de dónde estábamos. La verdad que el sitio de ensueño. Con la misma dinámica de siempre, agua sol temperatura perfecto. Esta vez sin sal, creo que es la vez que más tiempo he aguantado dentro del agua sin hacer absolutamente nada. Solo flotar y disfrutar de aquello.

De este día poco más puedo contar, porque estuvimos todo el tiempo haciendo nada. Esa era la idea de los 3 últimos días. No hacer absolutamente nada más que bañarnos y disfrutar los últimos coletazos del caribe. No hicimos nada hasta que se fue el sol y decidimos coger el coche y conducir dirección playa del Carmen. A nuestro parking que tenía sabor a familiar. Parecía que volvíamos a casa.

Tulum, Akumal y Bacalar (27/06)

Finalmente nos decantamos por Tulum. Amanecimos y nos fuimos a por algo de comida para los tres días que nos quedaban, la verdad que en Valladolid estaba todo bastante más barato así que aprovechamos. Salimos de Valladolid como a las 11 de la mañana y nos pusimos rumbo a Tulum. Tulum, es una ciudad apartada de las playas. Al llegar a la ciudad después de 2 horas conduciendo, intentamos buscar las ruinas de Tulum, que estaban en la playa. Al intentar entrar, empezó una horda de Mexicanos a gritarnos queriéndonos decir que no podíamos entrar por allí y para ofrecernos de todo. Tras su decepción por no poder sacarnos nada y ver que íbamos solamente a la playa, nos indicaron. La primera vez que nos indican decentemente para llegar a un sitio en México. Siguiendo sus instrucciones nos metimos en una carretera pequeña en la que difícilmente entraban dos coches. Ya íbamos viendo las playas a la derecha y en cuanto vimos un hueco entre la vegetación aparcamos el coche.
Al bajar por un caminito salvaje, llegamos a una espectacular playa de agua más azul y más brillante de lo normal. La verdad que lucía, y nos íbamos a bañar ahí. Cuando conseguimos encontrar algo de sombra bajo una palmera, nos asentamos, estas extendieron sus toallas y yo me fui a dar un paseo para ver qué había por la zona. Cuando me daba calor me bañaba, aunque difícilmente me refrescaba, el agua estaba casi casi a temperatura ambiente. Es la tónica de todas las playas que hemos estado del caribe, agua en la que no te da impresión meterte. En mi paseo, pude ver una zona poco turística en la que sólo había vegetación, y otra zona bastante más explotada, con hoteles, palmeras y tumbonas normales y corrientes. La verdad que el encanto de esta playa es el color azul luminiscente del agua y las palmeras, que “pisaban” muy bien con las tumbonas.
El objetivo de mi caminata era ver las ruinas de Tulum desde la playa. En la parte norte, aparte de encontrármelas vi unas barquitas de pescadores que por el olor, parecía habían tenido un buen día. Las ruinas, decepcionantes (veníamos de ver Chichen Itza), igual pagando hubieran sido un paisaje más espectacular, con la construcción y el agua de fondo. Pero realmente no me arrepiento de no haberlas visto. Estaban en un acantilado de tal manera que era imposible acceder desde la playa, pero sí verlas y fotografiarlas con un buen tele. De vuelta, más fotos de rigor y a correr. Decidimos quedarnos en Tulum y al día siguiente coger carretera hasta Bacalar. Pero cosas del destino, y del interés de Sara por el americano con el que jugamos al volley, hizo que nos fuéramos a verle. Bacalar estaba al sur, a 300km al sur y Nico a 40km al norte. A regañadientes, fuimos a verle. A regañadientes yo, Sara encantadísima.
Cuando llegamos, nos encontrábamos en Akumal, un sitio donde está uno de los arrecifes más impresionantes del caribe y en el que puedes bucear con tortugas marinas y perseguir a los peces multicolor y tocar el arrecife de coral. Por desgracia, había que pagar. Y estábamos hartos de pagar. Luego viéndolo con perspectiva, Sara y yo coincidimos en que hubiera sido mejor ir a Isla Mujeres por nuestra cuenta (en vez de en un todo incluido) y hacer snorkel en Akumal.
Ahí bajamos la pizza y nos comimos nuestros trozos correspondientes Rut y yo. Sara había desaparecido con Nico. Aunque no quería, me tocó socializar y poner buena cara a un Nico y a una amiga suya que no sé ni cómo se llamaba. La verdad que estaba cabreado. Habíamos dejado de estar en las playas de Tulum, por ir a un sitio en el que la arena era tosca, la playa era fea y sin nada especial, por ver a Nico. Por suerte, Rut se quedó dándole coba a esta chica y yo me pude aislar. Me metí en el agua y me aparté del resto. Ahí volví a pensar en cómo organizar algo para que pudiera ver todo aquello la gente que más quiero.
Cuando se fue Nico, quedaba una hora para que se escondiera el sol. A Sara se le llenó la pizza de hormigas y no sé exactamente qué hizo para comérsela. Yo seguía aislado y a mi bola. La chica esta parecía que iba a ser la primera mexicana NO-VENDE MOTOS, pero obviamente, era mexicana. Nos ofreció su apartamento para dormir allí en Playa del Carmen, pero su compi de piso tenía mucha gente. He de decir, que esta vez parecía real lo que nos ofrecían. Como he dicho, una nueva decepción. La solución? Como eran las 7 de la tarde y el sol ya se había escondido, no sabíamos qué hacer hasta la hora de dormir… decidimos coger carretera de nuevo y hacer otras 3 horas y pico para Bacalar.
Fuimos a la aventura totalmente. No sabíamos si el sitio nos iba a gustar, si nos merecería la pena volver a llenar el depósito (600 pesos 30 euros), si íbamos a encontrar sitio donde dejar el coche para dormir, si íbamos a encontrar el camping en el que estuvieron las chicas del hostel anterior… No sabíamos nada. Así que, lo primero que hicimos fue echar gasolina, preguntamos, y como de costumbre indicaciones reguleras. Le pregunté si podíamos dormir allí y me dijo el chico que hablara con el de seguridad. Cuando hablé con él, me dijo que sí, que no había problema, que él tenía que vigilar las 24h y que le diéramos la voluntad. Lo que nos saliera del corazón. Me habló de 5000 pesos pero no tenía sentido. Le insistí para que me dijera una cantidad, pero no. Como resultado, decidimos buscar más y para volver siempre habría tiempo. De camino, escribimos a Eva, la compi de piso de Rut, y que nos ayudara a buscar algo. Encontró un albergue con desayuno por 110 pesos cada uno (5,5€).
Noche cerrada y con carreteras mal asfaltadas nuestra misión era buscar el camping del que no sabíamos nombre, solo el precio, 30 pesos la noche (1,5€) y sino, el que nos dijo Eva. Preguntamos a dos chicas hippiolas y no sabían. Pero ya mostraron más interés en ayudarnos que muchos otros. Una de ellas escribió a su novio que también estaba en albergue. Curiosamente, el mismo que nos dijo Eva. Pero nos recomendaron que preguntáramos a los lugareños que sabrían mejor que ellas. Cuando volví a levantar la vista hacia la carretera, estábamos en una plaza y parecía que había civilización, con luces, algún chiringuito, hostel e incluso farolas. Aparcamos y vimos a un grupo de “lugareños” hippies que vendían pulseras en la plaza. Nos acercamos Sara y yo a preguntar al más rastas de todos y nos dijo que mejor habláramos con Jordi porque también era español.

Después de recomendarnos dos o tres sitios, nos ofreció su casa. Tenía un jardín en el que nos podía dejar una tienda de campaña y dormir allí. Nos pareció perfecto, pero justo aparecieron las chicas de antes, diciéndonos que iban a dejar la habitación del hotel y que ya estaba pagada. Que si queríamos la usáramos. Pasamos del miedo a no saber dónde dormir, a la alegría y la ilusión de tener dos sitios gratuitos bastante buenos. Finalmente, habiendo hablado con Jordi, decidimos quedarnos con él. Además de Jordi, también dormiría allí Justo, el primer hombrito al que preguntamos, estaba allí también viviendo por la cara, aprovechándose de la hospitalidad de Jordi. Cuando llegamos a su casa, nos ofreció quedarnos en el jardín o en el suelo con dos esterillas inflables en una habitación. Decidimos habitación. Compartimos la cena que teníamos y hasta el día siguiente.