Nuestro último día de viaje lo pasamos en Playa del Carmen.
No sabíamos si ir a Isla Mujeres de nuevo, o quedarnos allí, pero decidimos
quedarnos. No puedo contar mucho de este día, porque fue un constante salir y
entrar en el agua.
Cuando nos cansamos de la zona en la que habíamos estado por
la mañana nos fuimos a las afueras de playa del Carmen a bañarnos en un sitio
muy curioso. Tenía de peculiar que se encontraba el cenote y tras un montículo
de arena, el mar. Lo curioso era el contraste entre un agua y otro, no por el
color. Era exactamente igual de color, pero de salinidad y de temperatura sí.
El cenote, el agua dulce estaba muchísimo más frio que el agua del mar. Te
bañabas en el mar y de vez en cuando alguna corriente de agua fría te hacía
tener algún escalofrío. De igual modo,
cuando el agua se te metía en la boca podías tener la sensación de estar
probando un guiso mal sazonado. Aumentaba o disminuía la cantidad de sal a cada
metro que avanzabas o retrocedías. La verdad que el sitio también era muy
bonito, con sus palmeras, el cenote al lado y el mar con piedras al otro.
Sin darnos cuenta, atardeció. Nos empezamos a poner
melancólicos por abandonar el caribe, así que decidimos darnos el lujo de ir a
un chiringuito de por allí. Un granizado de mango, zarzamora, piña y fresa que
nos supo a gloria. Ya podía, porque nos costó 60 pesos (3€), hiper carísimo
para ser México. Sara y yo habíamos comido los dos, arroz, fideos, ternera más
2 refrescos por 100 pesos. Por ser simbólico, por ser el final, nos lo
permitimos. Y ahí estábamos, viendo cómo anochecía mientras mirábamos el mar
con dos siluetas de palmeras. Habría sido muy idílico todo, si el sol no se
hubiera puesto por nuestras espaldas. Estábamos mirando al caribe, hacia el
este.
Fuimos a dejar el coche donde lo
habíamos recogido 10 días antes, y todo perfecto. La misma empresa de alquiler
nos dejó en el aeropuerto. Cuando íbamos a facturar rumbo a México DF, pasaron
las mochilas de Rut y Sara primero, y cuando miró mi billete, se dio cuenta de
que salía el vuelo a la mañana siguiente. Eran las 9 de la noche del miércoles
y nuestro vuelo salía a las 6:33 de la madrugada del jueves. Cuando la chica se
dio cuenta, me dijo que si yo volaba un día más tarde. Al decirle que no,
automáticamente echó a correr para intentar coger la mochila de Sara que iba en
la cinta transportadora para ir con el resto de equipaje. Dobló la esquina,
tocó la mochila pero no pudo cogerla. Fue una imagen cómica ver como la cinta
transportadora casi se lleva a la chica hacia adentro. Volvió entre risas, y
nos explicó, que hasta las 4 de la madrugada no podíamos hacer el check in. Que
iba a recuperar las dos mochilas y que lo sentía mucho. Nos entretuvimos un
rato, porque esa noche se nos iba a hacer eterna. Sobre todo a mí, que llevo 2
horas escribiendo esto, mientras Rut y Sara se han sacado los sacos y están
“durmiendo” aquí en el suelo del aeropuerto.
Al día siguiente un viaje de 3 horas en bus, se convirtió en 5h. Había habido un accidente brutal con 4 muertos en el que un trailer se había quedado en mitad de la carretera. Más tarde, llegamos a casa y tras organizar todas las fotos, caímos dormidos como si lleváramos unos dos meses sin dormir.
Llevamos 30 días viajando de un
lado para otro. Viendo cosas increíbles, teniendo sentimientos encontrados, nos
hemos reído, hemos disfrutado y ha habido momentos más difíciles. Estamos
cansados, sucios y con pocas energías, pero la verdad que si me dijeran que
este vuelo va a salir de nuevo a Búfalo, si me dijeran ahora mismo de repetir
el viaje, lo repetiría encantado. Tal y como ha sido, igual cambiaría ciertas
cosas, igual añadiría ciertas personas al viaje, igual dejaría la cámara y lo
disfrutaría mucho más de lo que lo he disfrutado, pero ya no tendría el encanto
del descubrir. Igual que he conocido todos estos lugares, siento que no hay
suficiente tiempo como para ver todo lo que quiero ver en este Mundo, así que
el reto, no está en conocer más lugares, sino en disfrutar descubriendo.
Sabéis la sensación que se te
queda cuando has hecho algo espectacular y nadie lo ve? Parece que no ha
pasado. Esa es la sensación que tengo ahora mismo. Quiero llegar a mi casa y
hacer que esto sea real contando y enseñando todo el viaje.
Sara es una de las personas más
importantes para mi, y sin duda, si he disfrutado tanto esto, ha sido gracias a
que estaba ella. Tenía la sensación de estar disfrutando los paisajes yo, y
ella. Se disfrutaba el doble, y mi cabeza no para de pensar en que si también
hubiera estado Ana, lo hubiese disfrutado el triple, y si hubieran estado Chus
y Quique lo hubiese disfrutado 4 y 5 veces más.
Al fin y al cabo, somos
moldeables, y soy quien soy gracias a esas personas. Los sitios son inmóviles,
y son lo que son por estar donde están, ahora y siempre. El inmovilismo se
contradice con el viajar, que supone movimiento. Por lo tanto, creo que mi
motivo para viajar no es ver el sitio inmóvil, sino hacerlo real compartiéndolo
con quien quiero.
Desde luego que aún nos queda
algún que otro viaje por hacer en México, pero digamos que el GRAN VIAJE ha
terminado, y por muchos sitios preciosos que haya visto, como en casa… en
ningún sitio.