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sábado, 7 de septiembre de 2019

Manamana tutuuuu tururu

Lo siento. Este año no puede haber ghymkhanas por Salamanca, o cientos de globos que explotar con un punzón, o globos volando en tu habitación, o un dibujo para poner en tu cuarto. Lo siento, pero este año solo puedo hacerte esto. Escribirte desde la distancia para felicitarte un año más. Recordando algún que otro momento, porque si me pongo a pensar, no tengo recuerdos sin ti (el de la cuna no vale). En todos los demás has estado ahí. Sé que la gente quiere mucho a sus hermanos y blablabla, pero esto es algo más. No se puede querer a alguien tanto como yo te quiero a ti. Hasta el punto de empezar a mirar mal a los perros por un mordisco, hasta el punto de querer que estés en todas y cada una de mis conversaciones, para reírnos juntos, para repetir una y otra vez las historias que nos encantan. Porque si te das cuenta, cuando contamos alguna de nuestras anécdotas a parejas, amigos, familia.... en la mayoría aparece el otro.

Es una pena que nuestros caminos se hayan separado, pero me gusta verlo como un viaje en paralelo hasta el final. Con la seguridad que me da tenerte. Con la tranquilidad que me da pensar que cuando pasen los años que sean, seguiremos caminando juntos. Apoyándonos, aconsejandonos, riendo, bailando y lo que se nos permita hacer, como en los conciertos a los que hemos ido, donde daba igual quien hubiera alrededor que tú y yo los vivimos igual. Como a cualquier viaje que hayamos ido en los que gracias a ti, han sido los mejores. Como si tu presencia hiciera que fuera el que fuera el plan, mejorara hasta el punto de saber que lo  disfrutaremos. Porque estás. Simplemente estando.

No sé qué clase de brujería habrán conseguido chus y kike o con quien habrán pactado para que esto sea tan genial, pero sin duda, que nos llevemos como nos llevamos es gracias a ellos. Construís sentimientos que hacen que día a día quiera seguir con, para, por, hacia y desde vosotros. Te quiero muchísimo Sara. Que cumplas los que cumplas que yo te sigo.

Porque te lo dije y te lo repito, eres la compañera perfecta para cualquier tipo de viaje.

jueves, 22 de agosto de 2019

Esto es Rubén

Soy un intento de algo. Esto es lo más importante. Intento parecerme a mi abuelo. Intento ser bueno, majo, simpático, alegre y vivaracho.

Me veo bien, normalmente separamos corazón y cabeza. Creo que tengo mucho de los dos, pero creérmelo hace que sienta una especie de rechazo a lo creído, a lo flipao. Creo que tengo mucho de las dos porque soy una persona intensa. Hago todo lo que hago con pasión y con una energía que a veces no controlo poniéndome en peligro a mi mismo.

Soy constante, y paciente. Tengo mucha paciencia. Lo que a veces veo como bueno y a veces como malo. Lo que me lleva a recordar que tengo un fuerte sentido del deber que no está por encima de mi.

Dedico buena parte de mi tiempo a regalarlo.  Igual que regalo frases bonitas, sin pelos en la lengua pensando siempre en qué decir y cómo decirlo pensando en que afecte de la mejor manera posible. Me suele costar más decir algo malo que algo bueno.

Creo que esto es lo común a los tres rubenes. Rubén, ruby y buby.

Constante cambio en post de mejorarme y de encontrar mi mejor versión. Duro y exigente conmigo mismo. Y con los que me rodean. Contradictorio y complicado. Pero coherente y sencillo.

Contradictorio porque no me da miedo ningún pasado ni ningún futuro por lo general. Complicado porque creo que es difícil entenderme. Que los demás lo hagan y que yo mismo lo haga. Estoy en constante ejercicio de autoevaluacion.

Sencillo por mis gustos. A veces me gusta una cosa y a veces otra. Sencillo porque veo los problemas como algo que solucionar de manera simple. A b c. Busco todas las posibilidades y al final la mentalidad de un niño suele ser la mejor para resolver problemas.

Y coherente. Porque hay pilares, que, aunque a veces me jodan, y me tire un impulso de romperlos, después descubro que estos estaban bien.

Soy una montaña rusa de emociones. Sobre todo buby. Ruby, con mi familia, saca un yo más estable. Más taciturno y más calmado. Más preocupado.

Soy curioso, atento y sentido. Altruista más que egoísta. Familiar más que colega. Humilde más que altivo. Activo más que perezoso. Extrovertido más que introvertido. Creativo más que monótono. 

Soy bueno en el sexo. Mejor con lengua y manos. (vuelvo a pensar en creído) Beso de una manera extraña y considero eso un tesoro. Antepongo el bienestar de mi pareja al mío, entiendo el intercambio de placeres como algo que regalar. Pierdo el culo por la otra persona y sus problemas pasan a ser míos.

Cabezón y testarudo.

Ordenado y limpio. Aunque no conmigo mismo. Estoy demasiado despreocupado de mi aspecto físico, y por lo general me abandono bastante. Me veo más bien feo, con unos brazos bonitos. Labios y perfil bonito. Ojos y nariz desproporcionadamente grandes. Pies, orejas, caderas, rodillas feos. El resto normal. No tengo culo, aunque ahora está poniéndose durito y de lo de delante me cuesta hablar, más que por complejo, por tabú. Decepcionado conmigo mismo porque veo que cada vez es más difícil sacar abdominales y tener la v de entrada a la cadera marcada.

Estoy pendiente de la gente que me importa algo y pido que ellos lo estén conmigo. Aunque al final, con el tiempo entiendo que yo lo estoy más que ellos de mi. Esto pasa con los no familiares. Una vez cruzan la barrera de lo eterno... Familia, pareja, amigos, me cuesta estar pendiente.

La felicidad está por encima de todo. Después el amor. El bronce es para la familia. Y después comparten espacio dinero, amistad, salud y espíritu. Entendidos todos de una manera única definidas en mi diccionario propio. Todo debe remar en la misma dirección para conseguir la felicidad que un día vi en mi abuelo. Persona a la que sigo recurriendo como ejemplo vital de caballerosidad y bienhacer. De hecho, la mayoría de cosas de este texto las veo en él ahora que lo releo. Por lo que debo ir por el buen camino.

lunes, 19 de agosto de 2019

Alias: Guybrush

Erase una vez hace 12 años, algo pasó en mi vida. Alguien fue capaz de tener un impacto tan fuerte en mí, que a día de hoy sigo pensando si lo que hice fue coherente o no.

En una de mis primeras andanzas salmantinas, conocí a una persona que cambió mi vida por completo. Y como suele ocurrir con estas cosas, uno tiene que esperar a que pasen los años para poder verlo con la perspectiva suficiente. Cómo será de grande, que han tenido que pasar tantísimos años alejándome, para poder mirar cara a cara la magnitud del asunto.

En aquella ocasión/lugar no era el momento de empezar nada. Eramos pequeños, sobre todo yo: un niño ingenuo que no había descubierto casi nada. Pero no es excusa. No era el momento y punto. Me lo digo autoconvenciendome, porque tengo una espina clavada con esa conversación:
- Pero no te gustaba? - A lo que yo respondí
-Si, y me gustas. Pero debería irme.

Esa frase sigue retumbando en mi cabeza, y seguí dándole vueltas a todo lo que pasó durante mucho mucho tiempo. Conseguí enterrarlo, pero no olvidarlo. Conseguí crecer y madurar alejado de ella. Tuve mis relaciones y conocí a muchísima gente para darme cuenta de que la persona que quiero a mi lado es ella.

Todo el recuerdo que tengo es bonito. Es curioso porque no recuerdo practicante nada del curso que hice en Ávila. Tengo el vago recuerdo del nombre de dos compañeros y de un par de bromas que hicimos. Pero sobre todo recuerdo el lugar desde el que la llamaba por teléfono. Recuerdo alguna de las interminables pero cortisimas conversaciones de horas diarias con ella al teléfono. Sobre todo filosofando. Teníamos una piscina y me bajaba ahí para tener mi intimidad con ella. Un curso de un mundo que me apasiona... Sólo recuerdo eso.

Recuerdo sus miradas en la piscina. Su maldita sonrisa. Aunque dudo si escribir maldición o encanto. Porque sigo pensando en ella. En toda ella. Es cierto que es difícil olvidar. Eso no es mérito mío. Todo el mérito es de ella y su esencia, que por lo poco que puedo adivinar ahora de ella en fb, sigue intacta. 

Como siempre, esa persona desapareció. Hasta que un día en el momento menos oportuno me dejó un comentario unas entradas más atrás. Un comentario que recogía toda esa esencia e hizo que me pusiera nervioso como el primer día que me acerqué a ella. Volví a hacerlo y no me salió más que agradecerle su comentario. Para después escribirme como si no hubiera pasado el tiempo entre nosotros pero sí para cada uno por separado. Un texto donde me di cuenta de que había madurado y crecido muchísimo. Donde despertaba en mi de nuevo esa curiosidad y hacia que volviera a estar en ese pedestal. Para volver a desaparecer.

Si lo pienso, me acojona. Si me paro a pensar en ella, me da miedo. De verdad. Porque no creo que sepa todo esto y si se entera, no sé qué espero. Pero igual que creo que antes no era el momento, estoy convencido de que ahora sí. Que ahora no me apartaría. Que haría que se sintiera como yo la siento.

Ojalá aparezca alguien tan especial y me sacuda las entrañas como lo hizo ella. Pero mientras tanto... Yo no guardo un rincón especial en mi corazón para ella. Tiene el corazón entero.

Y como no creo que vivan felices y mucho menos vayan a comer perdices (porque no es una comida que me llame) solo puedo decir que colorín colorado...

jueves, 21 de febrero de 2019

Lo mágico de las Líneas


Una línea es una sucesión infinita de puntos y un punto, es a su vez es la expresión mínima. Visible o no visible.

Hace muchos años, nuestro joven protagonista dibujaba líneas de colores. Su vida estaba llena de líneas desordenadas que se cruzaban en su camino. Líneas capaces de llenarle de orgullo por hacer algo bien, y capaces de sumirle en la más profunda soledad. Todo en su vida tenía relación con las líneas y los puntos. Pintaba y dibujaba sin parar con la única intención de entretenerse. Pero hubo un momento en el que eso cambió.

Cogió su rotulador favorito, en su ciudad favorita, en su momento favorito, su canción, olor, temperatura y momento favoritos, y comenzó a dibujar. Intentó hacer un dibujo de sí mismo. Hizo una línea recta. Muy gruesa, la más gruesa que jamás había dibujado. Y se fijó en la cantidad de pigmentos que contenía. Esa línea estaba formada por puntos que a su vez estaban creados por más puntos. Se quedó atónito mirando esa infinidad mágica. Al cabo de unos minutos, algo extraño sucedió. Esa línea empezó a crecer, salió del dibujo y comenzó a inundar absolutamente todo. Se comió el papel, el escritorio, pc, habitación… todo. Ahora el niño se encontraba en un sitio indescriptible en el que no sentía ni su propio cuerpo, sólo podía ver cómo le llenaba la vista, esa enorme línea formada por puntos.

Pasó horas en ese estado catatónico, disfrutando de lo que veía, pues de cada punto empezó a comprender ciertas coherencias. Ciertos patrones que se repetían. Había puntos que hablaban de la mediocridad, de la sinceridad, de lo propio y de lo ajeno, de lo vital, lo existente y lo inexistente. Lo concreto y lo abstracto. Todo.
Había un código, un punto con información para cada cosa. Los puntos estaban en constante cambio. Evolucionaban, crecían y disminuían a medida que avanzaba el tiempo. Algo que era bueno y a la vez horriblemente malo.

No creo que lleguéis a entender de qué tipo de puntos hablo, eran espacios, recovecos que hablaban de todos y cada uno de los misterios que nos hacen únicos. Puntos infinitos de conocimiento y de desconocimiento. Puntos que había que ordenar y tener en cuenta para conseguir entender en qué consistía esa línea. La perplejidad de lo que había ocurrido pasó a convertirse en un ahínco por conocer más y más de aquella misteriosa línea. Al final, la complejidad de lo simple reside en la infinidad de cada punto.

Pasaron días, meses, años sumido en ese estado, disfrutando de diferentes colores, disfrutando del espectáculo que estaba ante él. Hasta que en un momento determinado, esos puntos comenzaron a juntarse, lentos al principio pero increíblemente rápidos al final. De hecho aceleraban a medida que se acercaban, volviendo a ver una línea con los puntos tan juntos, que sólo se podía apreciar un color en ella. El fondo no puedo describir cómo era, una especie de materia inerte con corrientes inamovibles de vida.

La línea, clara ante sus ojos, avanzaba sin rumbo claro, cuando de repente… otra línea empezó a asomar por el norte. Cayó en picado hacia la primera línea que subió en picado hacia la segunda. Atraídos la una por la otra como si hubiera una extraña fuerza entre ellas que les llevase a juntarse. Pero justo antes de llegar a tocarse empezaron a avanzar en paralelo de manera horizontal. La una al lado de la otra. Había más distancia de la que parecía entre ellas, aunque creo que esa fuerza extraña seguía en medio. Siempre se mantenían paralelas, cuando una parecía que intentaba acercarse a la otra, esta se alejaba. Haciendo las dos el mismo dibujo a la misma distancia. A veces una hacía el intento, a veces la otra.

Ante semejante espectáculo de figuras, y formas, nuestro protagonista, ya adulto, hizo el esfuerzo por acercarse a las líneas y lo consiguió. La primera, la que él conocía, parecía haber cambiado, ahora tenía ciertos colores. Pero la segunda era bastante más bonita, no había nada feo, no había algo que no le gustara. Así que quiso entrar a ver qué puntos hacían tan especial a esta segunda línea. De vez en cuando entraba en la línea que ya conocía. A tocar puntos y seguir ordenando. Pero se dio cuenta de que estaba mucho más a gusto ordenando, desordenando, tocando y conociendo puntos de la segunda.

Se preguntó varias veces qué pasaría si se juntaran esas dos líneas. Tenía la teoría de que podía ordenar los puntos de ambas para que cuadraran de tal manera que formaran algo mejorado. Una única línea capaz de eclipsar toda esa materia indescriptible. Con el tiempo, consiguió que la distancia se redujera, mucho; aunque siguieran viajando en paralelo, ahora lo hacían mucho más cerca.

Hasta que la primera línea, la conocida, se acercó más de la cuenta, sin llegar a tocarla, pero provocó que la fuerza que había entre ellas implosionara, generando a su vez tal energía, que el niño despertó. Despertó encima de su dibujo, volvió a la edad que tenía cuando lo empezó, como si hubiera vivido una vida alternativa. Como si hubiera aprendido una lección que no le correspondía aprender aún. Como si se hubiera tratado de un sueño que no estaba capacitado para entender. A partir de ese momento, el niño dejó de dibujar.

Hasta que se hizo adulto.

El océano de nuestra pecera


Después de aquello, empezó a descubrir un mundo ajeno a su vida. Desde pequeño sabía que estaba ahí, pero nunca había llegado a percibirlo hasta ese momento. Un momento en el que la soledad se apdoreaba de él. En el que las dudas inundaban su mente, en el que su pecera ya no era un sitio seguro y dudaba si salir al océano.

Es que a él le gustaba saltar. Hubo un tiempo en que voló, sabía volar, pero lo que realmente le gustaba era trepar y saltar de árbol en árbol. Aunque se tuviera que esforzar, aunque pudiera volar, en sus árboles estaba a gusto. Era su hogar, ese sitio en el que eres, no estás. Solo eres.
Saltando de árbol a árbol y siendo despistado como era, un dia se quedó paralizado ante su próximo salto. Ante él no había más arboles, sino una especie de cubo enorme con cristaleras de color gris. Había llegado a la frontera donde acababa su mundo y empezaba algo diferente. Algo a lo que no estaba acostumbrado. Algo no-orgánico que debía saltar, un rascacielos.

Tras un tiempo pensando si atreverse a saltar o no… lo hizo y como suele pasar ante lo desconocido, cayó. Tras recuperarse del impacto empezó a bordear el edificio y vio que había otro y otro y otro dispuestos de forma paralel con calles y diagonales que los atravesaban.
Mientras paseaba analizando aquello, miraba miradas que no miraban de hombres grises cegados. Observaba “observadores” que babeaban absortos buscando bobadas básicas entre botones falsos.
Estaba perdido. Así que preguntó a uno de esos hombres grises; la respuesta siempre fue la misma. Insulsa.

Estaba perdido, así que intentó encontrar a alguien no gris. No aparecía

Estaba perdido así que empezó a desdibujarse, a emborronarse. Cogió un lápiz y empezó a pintarse a sí mismo para ganar ese color gris.

Alguien intentó quitarle los borrones grises que tenía, pero mientras le llevaba para limpiarle… recordó que estaba perdido, así que paró. No dio un paso más. Frenó e hizo el intento de recordar quien era. No se acordaba.

En su pecera de ideas, todo había estado bajo control, pero cuando el agua de su pecera se volcó en el océano, perdió la pista. Se perdió a sí mismo.

Seguía en mitad de la gran ciudad, seguía pasando gente. Algunos con color, pero la gran mayoría grises. Gris putrefacto además.

El niño recordó cómo superó un momento parecido e intentó repetirlo. Se tumbó ante la multitud, posición favorita mirando las… ¿estrellas? ESTRELLAS¡¡¡ dónde están? Habían desaparecido¡¡ no se acordaba que la Luna las había absorbido.

Eso no le estaba funcionando y al verle tumbado, la multitud se le empezó a acercar. Se le echaba encima, lenta y preocupantemente como un ejército de zombis que buscan uno más para el grupo. El niño se agobió, el estruendo, el estrés y la falta de opciones aumentaban, mientras que el espacio disminuía. Vislumbró una via de escape, echó a correr perseguido por risas y gente que parecía querer ayudar, le señalaban intentaban golpearle y él solo corría. Quería huir de ahí y recordar quien era y de dónde venía. Escasos 100m más adelante llegó a un callejón sin salida, cayó rendido al suelo, se puso a llorar, la multitud paró y una voz femenina se le acercó y le empezó a recitar su frase.

¡¡Noo!!- interrumpió él- esta vez no¡¡ sólo quiero que me dejéis en paz¡¡

De los llantos movidos por la rabia pasó al nerviosismo guiado por la tensión acumulada, y de ahí a un relax absoluto de todas y cada una de las partes de su cuerpo. Con resquicios aún de lápiz gris en su piel, ajeno a todo lo exterior, hizo un viaje interior en el que empezó a vislumbrar energías. Energías expansivas e intrusivas. Figuras arbóreas y sinuosas con estampados que sólo se pueden describir como energías que le habían sido reveladas para transportarle a donde le estuvieran llevando.

Mientras viajaba, disfrutaba del espectáculo visual que se elevaba en un espacio infinito 360 grados en todas direcciones. Era brutal. No sentía dolor, no sentía ira, no sentía rabia, no sentía odio ni amor, no sentía ni su propio cuerpo, sólo estaba a gusto viendo como una luz se acercaba más y más hacia él.

Fin de la parte 4

A mí me contó, que esos estampados parecían árboles, y que alguna vez pudo leer la frase temet nosce. Yo le contesté que por suerte, los que hemos salido al océano sabemos que siempre podemos volver a nuestra pecera.

15 de Agosto 2018