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lunes, 17 de octubre de 2022

Día 4. Roma a nuestra bola

Nos faltaba por ver el Moisés, los jardines borghese y alguna cosilla más. Así que, eso hicimos. Bajamos en el metro del Coliseo que estaba cerca del Moisés y caminamos hasta la primera cafetería con terraza que vimos para desayunar. Subimos por el camino que hicimos el día anterior y llegamos a la iglesia donde estaba el Moisés. Cerrada. No entendemos muy bien por qué. Porque eran las 12 de la mañana y cerraba a las 12:30. La decisión fue ir a la iglesia de Santa María la Maggiore. 


Una iglesia dedicada a la virgen María. Donde había misa con un órgano sonando. Entramos después de un control de seguridad y nos quedamos embobados escuchando y mirando. Sobre todo el techo. Una cuadrícula perfecta de madera con oro en el interior de cada celda. Al fondo el altar en el momento de la eucaristía. Las filas se empezaban a formar mientras el órgano seguía sonando. Me resultó curioso que la chica que comulgó delante de mí, se llevaba la hostia para hacerle una foto. Y el monaguillo le llamó la atención para que se la comiera delante de él. Lógicamente. Acabó la misa y pudimos ir bajo el baldaquino con una estatua de mármol que miraba el relicario. Una estaca, supuestamente del pesebre de Jesús. Acabamos la visita y nos dirigimos a ver el monumento del día anterior.


La plaza venezia con el altar a la patria. Una gigantesca construcción de 70m de altura y 135 de ancho en marmol blanco, a la que se podía subir gratis. Esperábamos una espectacular panorámica. Pero lo bonito estaba al otro lado. La escultura de Víctor Manuel en bronce montado a caballo de 12 metros de altura. A su vez, subido a un pedestal de otros tantos metros. De cara a la rotonda donde los coches parecen más pequeños de lo que son. Y a su espalda una plaza también gigante con unas cuantas columnas que recuerdan al panteón de Atenas. Pero más. Más grande y más columnas. A la izquierda y derecha, fuera de la composición, otras dos columnas que portaban dos ángeles negros a los que no había forma de llegar. 


Después de estar ahí un rato dibujando y tratando de cerrar la boca, bajamos por el interior y llegamos a la columna de Trajano y el foro. Donde también había los restos del mercado romano. Todo esto estaba en un foso, y según caminabas por la calle, podías asomarte, como el que se asoma a un balcón para casi tocar todo. La columna muy parecida a la del día anterior, mármol blanco con relieves de batallas. El foro era un ejercicio bastante grande de imaginación porque no pasaba de ser partes de columnas casi destruidas y el mercado si. El mercado era una pared de algo parecido a ladrillo con arcos y entradas hacia otra calle trasera.


Fuimos a comer a otro sitio recomendado, una especie de pizzería comida rápida al lado del mercado "campo de fiori" que de fiori no tenía nada. Muchísima gente andando de lado a lado como pollos sin cabeza. Ahí aprovechamos para comernos un Supli en un puesto de comida rápida (creo que fue el señor más majo que nos encontramos en Roma. Un paquistaní que vendía comida rápida). Bajamos por el mercado, que era como un mercadillo para comprar comida y lo atravesamos sin más. Para llegar a esta tienda. Comprar pizza un par de suplis y a una especie de jardín cerrado. Muy mala. Seco, frío, malo y sin mucho sabor. Ahora sí, después de un café rodeados de autobuses, nos cogimos uno de camino a ver el Moisés. 


El tráfico de Roma caótico. Tú te lanzas al paso de cebra, y si quieren frenan. Sino... Suerte a la próxima. Y desde dentro del bus igual. Una sensación de no avanzar increíble. Pero bueno, era poquito tiempo y sólo porque estábamos ya cansados.


Llegamos, esta vez sí a ver el Moisés de Miguel Ángel. Al final de la iglesia a la derecha. INCREIBLE. Es posible que todo lo que vimos me gustara más porque me aprendí a fuego, la vida y obra de Miguel Ángel. Y bueno, me tiré como 20 min haciéndole fotos. Para después admirar cómo cambiaba la luz (tienen un sistema de focos para demostrar que se ve bien desde todos los puntos de vista) y vaya que si se ve bien. Lo único malo, que no dejan acercarse a más de 4m?. Igualmente brutal. La iglesia un poco sin más, tienen las cadenas de san Pedro (supuestamente) y alguna que otra escultura más, basadas en la muerte y demás. Pero lo bueno es el Moisés sin duda.



De ahí intentamos ver el panteón, pero no quedaban entradas, y aunque es gratis, tenías que sacar tíquets por internet. Queda pendiente. 

Ya de vuelta, subimos hasta el centro para ir a probar el "pompi tiramisú". Nos gustó. Pero mejor el de Chus, de lejos. Ya era de noche y queríamos ver los jardines borghese, lo intentamos, y entramos, pero en vez de atravesarlos de norte a sur, lo hicimos de este a oeste. Una mezcla entre lo cansados que estábamos y la falta de luz. 


Reventados llegamos al camping para pasar nuestra última noche en Roma. Una cuidad descuidada, muy turística, sucia y con un ritmo infernal. Preciosa, con un aire añejo que permite disfrutar de la imaginación, soñando con hordas de legionarios romanos desfilando triunfales por sus calles y de ese aire bohemio y nostálgico que te permite disfrutar en una terraza a la luz tenue de las velas pensando en el esplendor de una época pasada de riquezus maximus. 

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