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miércoles, 19 de octubre de 2022

Dia 6. Florencia y su David

Amanecimos recordando la anécdota y con ganas de huir de Pisa. Así que ni desayunamos, eso sí, nos hubiera gustado que la señora badajo rusa nos hubiera servido el desayuno en aquella mesa señorial. Esa mañana, cuando cogimos las cosas del videt, vi otra chinche. Alfon tuvo un par de picaduras en pierna y mano. Picaduras que yo creo que no son de chinche, pero la probabilidad está ahí. Total, el viaje tenía que continuar. Cogimos el tren por la mañana para ir a Florencia.


Y si Pisa nos pareció horrible, Florencia fue todo lo contrario. Un descubrimiento total, que estuvimos a punto de eliminar del viaje. Y menos mal que no lo hicimos.


Una ciudad muy acogedora, bohemia, cosmopolita y en la que se respira arte por todos los lados. No sé explicar por qué, pero realmente te invita a pasear por ella. Cada final de calle parecía reflejar más luz que la anterior. Era como que te invitaba a doblar la esquina para encontrar algo. Aunque sólo fuera otra calle, pero sabías que pasear por esa calle, te iba a producir una sensación de bienestar brutal. Nunca había vivido algo así. Porque en fotos parece fea. La iglesia es blanca y negra. Los Palacios que hay que ver son marrones. Hay coches y gente por todos lados. Pero de verdad tiene algo distinto. Además, es relativamente pequeña, tienes una arteria principal que te recorres en 20 min y a izquierda y derecha tienes todo lo que hay que ver. Obviando el otro lado del río. Que eso sí hace que te desvíes otros 20 min más. Aquí, la gente pasea, no va con prisas, es otro ritmo distinto a Roma.


Llegamos al hostel. Un sitio acogedor, cerquita del centro y con un indio muy agradable que hizo un check in, más normal. Dejamos las cosas y a las 11 salimos a buscar cosas. Nos metimos en el primer bar que encontramos. Una cafetería donde la gente ya estaba comiendo. Tenían un stand con tuppers de una pinta riquísima, pero nosotros íbamos a desayunar. El mejor capuccino que he probado en Italia y el mejor pastel. Un brownie que parecía seco pero estaba increíble. El capuccino sin azúcar, con eso digo todo. Nos gustó tanto que ya teníamos cafetería para desayunar el resto de días. 


Fuimos a ver cómo entrar al museo de la academia (con el David) porque estábamos avisados de que se formaban muchas colas. Teníamos entrada prioritaria y había que sacarla. Facilísimo. De ahí nos fuimos a dar una vuelta para ver la catedral. Lo dicho, un mega edificio con la cúpula más difícil jamás construida. Obra de Brunelleschi con más de 900 ladrillos. Nos enterariamos después con el free tour. Vimos una puerta con poca cola y entramos. Gratis por supuesto. Y por dentro.... Meh. Decepción. La cúpula por dentro tambien muy bien decorada pero las paredes blancas sin adorno. Más bien austera. En comparación con la parte de fuera, creo que no compensa entrar. Nosotros porque tuvimos suerte y vimos esa entrada lateral donde no tuvimos que hacer cola. Suerte. Mucha suerte, porque cuando salimos, y el resto de veces que hemos pasado siempre ha habido una cola de más de 30 min seguro. Y repito, no compensa. Una catedral prácticamente vacía, con las paredes blancas salvo por la cúpula de Brunelleschi. Bastante alejada como para apreciar todos sus detalles, pero bastante cerca para darte cuenta de su dimensión. Fotos, risas, ambiente curioso con artistas callejeros, ilustradores, músicos y gente. Mucha gente pero sin agobiar. Paseantes. 


Fuimos a comer al mercado. Un edificio de cristal como el de cualquier ciudad, donde, en la parte de abajo se compran productos y una parte de arriba donde hay restaurantes de todo tipo. Nos dieron a probar un pincho de carne y decidimos sentarnos ahí a pedir una parrillada. Rica, pero sin más. Mejor las de Kike. A mi me encanta el ambiente de estos sitios, con mercaderes gritando, rodeados de especias, de colores, de comida, con olores únicos y gente yendo de un lado a otro. Mientras tú, con tu platito sentado disfrutando de todo eso.


Al salir, fuimos directos a ver al David. Cierto es que había otras obras del renacimiento, tanto pinturas como esculturas (como la sala llena de esculturas para estudiantes de artes de 1800). Pero lo cierto es que fuimos a ver al David. 

No sé si voy a saber explicar esto. No entiendo, como el mármol parece tener vida. Las venas, la luz. La falsa relajación de los músculos (porque no está tenso, ni relajado). Aunque estuviera rodeado de gente, no empañaban lo espectacular de aquello. El tamaño a mi no me impresionó tanto. La luz. El nivel de pulido, brillaba. No parecía hecho con cincel. 


La sensación de sacar una foto y saber que va a salir bien. Es como fotografiar un atardecer. Desde cualquier ángulo. Cualquier plano que le hagas, desde cualquier posición, vas a tener una foto bonita. Es por eso que no me gusta hacer fotografías a arte. Porque el arte, está en la pieza, no en la maestría del fotógrafo. Pero en este caso quise comprobarlo. Sólo hay una zona que no me gusta, pero creo que es personal. De lateral. Impresionante. De verdad, cualquier copia que vimos después, cualquier copia que hayas podido ver, si no has visto este, no lo aprecias.


Salimos, yo embobado. Intentando no olvidar nada. Paramos en una tienda de Lego muy maja. Y nos dirigimos al puente vechio. El puente viejo. Es un puente curioso porque tiene casas encima. Joyerías con un aire medieval, sobre todo ahora por la noche, porque todas tienen echado el cierre con maderas que tapan los escaparates. Un puente en el que cuando entras, parece que estás en una calle normal.


Cenamos en la terraza de un restaurante con un ambiente bastante VIP. Para terminar el día viendo un museo al aire libre de esculturas. Una de las joyas de Florencia. Al lado del Palacio vechio, con la réplica a tamaño original del David, donde, en su día había estado el original. Lo cierto es que estás estatuas iluminadas llamaban la atención y sólo por ver esto, merece la pena ir a Florencia

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